No te quepa ninguna duda de que el cerebro es nuestro órgano más complejo porque está implicado en todas las acciones que efectuamos en nuestra vida.
Tal vez pienses que sirve para razonar, pensar o hablar, pero en realidad sin él tampoco podrías acometer cosas tan básicas como respirar, soñar, emocionarte o algo que tal vez creías hacer de forma más o menos instintiva como es parpadear. Regular la temperatura corporal, la digestión e, incluso, la respiración, también es cosa de tu cerebro.
Te explicaré de forma sencilla su funcionamiento: el cerebro recibe continuamente una ingente cantidad de información del mundo que le rodea, después la ordena y la procesa y le da un significado. O sea, aprende y transforma, pero en realidad ¿cómo aprende nuestro cerebro?
¿Cómo aprende nuestro cerebro? ¿Y la memoria?
Seguramente, recordarás cuando ibas a la escuela y debías aprenderte un montón de datos en la clase de historia: nombres, lugares, fechas… La solución que a menudo se aplicaba era la de repetir los datos una y otra vez hasta que conseguíamos memorizar los contenidos.
Pues resulta que este no es el camino apropiado porque diferentes análisis científicos han puesto sobre la mesa que los mejores ingredientes para favorecer el conocimiento y el aprendizaje se componen de otras técnicas, como:
- El trabajo en equipo
- La práctica del deporte
- La capacidad de sorpresa
- La emoción
- La motivación
Es decir, para que tu cerebro trabaje más y mejor hay que estimularlo, y no castigarlo llenándolo de datos que, en breve, como posiblemente no nos sean de una utilidad clara y directa, acabaremos olvidando.
El aprendizaje y la experimentación
Supongo que a estas alturas te habrás dado cuenta de que la estrategia educativa tal vez no sea la más adecuada, porque procesar informaciones aburridas no motiva para nada a nuestro cerebro: la práctica y la experimentación continua son los mejores aliados de nuestro cerebro, mientras que forzarlo a memorizar no le aporta nada, sólo saturación innecesaria.
Si haces un repaso rápido de lo que estudiaste en su día, te darás cuenta de que todavía hay conocimientos que recuerdas perfectamente y, en cambio, hay otros que se han borrado de tu mente.
La utilidad de lo que aprendemos
Los que aún siguen es porque tu cerebro los ha retenido ¿La razón? Los disfrutó aprendiéndolos y no los quiere olvidar. Y este es un aspecto muy a tener en cuenta porque significa que, a la hora de averiguar cómo aprende nuestro cerebro resulta que prioriza los aprendizajes que cree que pueden ser necesarios de cara al futuro, circunstancia que ahora tiene un valor especialmente estratégico.
Nuestro entorno es cambiante y tendrás mayor o menor grado de adaptabilidad en la medida que tu cerebro –siempre preparado ante cualquier eventualidad– haya aprendido y procesado los conocimientos más relevantes para afrontar toda esta cadena de cambios de nuestro entorno, tanto individual como colectivo.
Ya lo dijo Jacques Delors –presidente de la Comisión Europea entre los años 1985 y 1996– cuando advirtió que “el aprendizaje durante toda la vida es el “latido” de una sociedad”.
Cómo aprende nuestro cerebro y los cambios que vienen
En una sociedad cambiante como a la que he hecho alusión, los procesos de aprendizaje se han visto alterados ahora por la aparición de la pandemia, en la que las tecnologías –ahora más indispensables que nunca al tener temporalmente cerrados los centros educativos y de trabajo– han alzado su voz para demostrar su validez como herramienta para que el conocimiento no deje de fluir.
Se abre, pues, ante ti -ante nosotros- un nuevo paradigma sobre qué ruta debe tomar la educación para que los niños y jóvenes del futuro desarrollen su cerebro de una manera más óptima y adaptada a los cambios sociales y culturales, a la nueva realidad que ya está aquí.
Los expertos en neurociencia –la ciencia médica encargada de estudiar el comportamiento del cerebro en diferentes situaciones– deberán enseñarnos el nuevo camino del aprendizaje que deberá tomar nuestro cerebro.
¿Sabías que…?
- El investigador español Santiago Ramón y Cajal –premio Nobel de Medicina en 1906– fue quien dibujó por primera vez las neuronas del cerebro y las conexiones que realizan entre sí. Ramón y Cajal planteó la doctrina de la neurona, cuya teoría era que las neuronas eran células cerebrales individuales, lo cual hizo que se diera cuenta de cómo estas células cerebrales individuales envían y reciben información. Este descubrimiento constituye la base de la neurociencia moderna.
- Un estudio llevado a cabo por el Instituto Tecnológico de Massachussets determinó que la actividad cerebral de un niño durante una clase escolar es prácticamente cero y similar a la que genera mientras se encuentra viendo la televisión. Por tanto, según este análisis, sobrecargar a los alumnos con un exceso de información acaba generando un efecto radicalmente inverso al deseado, es decir, no aprenden como nos gustaría.
- Aunque el concepto de neurociencia es reciente –como estudio nace en la década de los 60 del siglo XX–, filósofos griegos como Hipócrates (460-370 antes de Cristo) ya aludieron a ella cuando afirmó que “los hombres deben saber que, del cerebro, vienen las alegrías, el placer, la risa. Pero también el sufrimiento y el dolor, y a través de él, adquirimos sabiduría y conocimiento”.
